martes, 20 de noviembre de 2018

Crítica: Megaman 11

Hace ocho años que Capcom no nos alegraba la vida con una nueva aventura del bombardero azul. De hecho, pensábamos que ya no habría más. Sobretodo basadas en la saga clásica. Parecía que el bueno de Mega había quedado relegado a cameos en otros juegos o para merchandising. Pero, nos hemos equivocado.

La cosa es que el año pasado tuvimos ese momentazo fan llamado Mighty Number 9. Keiji Inafune, uno de los padres de la criatura, dejó Capcom en 2010 y vio que los fans estábamos ávidos por más aventuras gloriosas como las de antaño así que creó una nueva saga que era, reconozcámoslo, un ripeo/homenaje/clon/copia cuasiabsoluta del personaje de Capcom.

Los resultados de aquel juego, desarrollado durante años a partir de un proyecto kickstarter, que llegó tarde y mal, no fueron todo lo maravillosos que esperábamos. Yo fui uno de los miles que aportó al crowdfunding en 2013 y para cuando tuve el juego en 2017 ya casi me había olvidado de él. Encima, el juego quedaba un poco cojo y le faltaban entretenimiento y jugabilidad dignos del 2017. En general no estaba del todo mal, pero los fans sabemos reconocer un sucedáneo. Le faltaba el carisma del personaje original.

Esta es la verdad, que un juego se sienta como un Megaman es mucho más importante que el hecho de que “parezca” un Megaman.

No obstante, parece que el atrevimiento de Inafune hizo que el bombardero se revolviese en su tumba y Capcom vio el potencial que seguía teniendo Megaman tal y como fue concebido hace 30 años.

Para mí es un personaje mítico que he disfrutado (o más bien sufrido, porque reconozcámoslo, suelen ser juegos muy difíciles) desde los tiempos de la NES, con 8 o 9 añitos y que tuvo su culmen con el Megaman 8 de PS o con su saga X y títulos como el Megaman X4.

De repente, hace unos años, nos sorprendieron con un curioso regreso con Megaman 9 y 10, dos títulos que en lugar de seguir la estela marcada por el 8, volvían al look de los 8 bits. Esto que para los más harcore fans del lugar era un acierto, para mí fue un paso atrás. Como homenaje a los clásicos estaba bien, pero Megaman necesitaba evolucionar. Y hacia las 3D, pues las últimas iteraciones de la saga X, alejadas ya de las plataformas clásicas, dejaban bastante que desear. No, el camino marcado por el MM8 era el ideal. Más jugabilidad, concepto clásico del personaje pero nuevo look and feel adaptado a los tiempos.  
¿Qué pasó? Nadie lo sabe. La cuestión es que ahora, años después, Capcom ha decidido regalarnos una continuación más que digna a las aventuras de este robot creado por el Doctor Light. No sólo una continuación sino probablemente el mejor juego de Megaman que hayamos disfrutado hasta la fecha. Ideal para los fans de toda la vida, pero también para las nuevas generaciones que nunca antes han experimentado esta saga.
En mi caso lo estoy gozando en la PS4, pero tengo que decir que también está disponible en Nintendo Switch y eso precisamente creo que lo va a acercar a muchos zagalicos y zagalicas.
Y el juego luce como debe. Desde el segundo uno sabes a qué estás jugando. No esperéis grandes sorpresas. Aquí se trata de saltar, esquivar, disparar y vencer a jefes finales de los chungos. Punto.  
Arrancamos con unas imágenes estáticas con voz en off que nos relatan los años de juventud de Light y su archienemigo el Dr Wily y cómo competían siendo jóvenes por llevar a cabo un proyecto llamado Double Gear. Wily pierde frente a Light, pero una noche, en el presente, recuerda aquel proyecto y algo despierta en su malvado cerebelo.
Wily irrumpe en el laboratorio del Doctor Light mientras este le pasa la ITV a 8 robots (casual casualidad, ya sabéis) y se lleva a éstos, sólo para pervertirlos e instalar el Double Gear en ellos. Este dispositivo les permite o bien ralentizar el tiempo y por ende moverse a tremenda velocidad o bien plenipotenciar sus habilidades. Light se siente derrotado pero ante la cabezonería de Megaman, que está decidido a ir tras Wily, le acaba instalando al chaval este mismo dispositivo, lo cual enriquece muchísimo el juego. Sobretodo porque hay niveles prácticamente imposibles pero que, cuando usamos el double gear y ralentizamos el tiempo, vemos que son superables, con dificultad pero sin perecer en el intento. Eso sí, el double gear se sobrecalienta rápidamente y sólo puede usarse unos segundos hasta que se vuelve a enfriar. Todo esto le da una nueva perspectiva al título y define una nueva mecánica de juego la mar de divertida.
Más cambios para bien muy disfrutables. Todo lo relacionado con los power ups, no sólo los que puedes comprar en el laboratorio de Light, al que puedes acceder entre niveles, y que ahora está hasta los topes de añadidos molones para nuestro personaje. También mola mucho cómo ha evolucionado visualmente Megaman cuando obtiene armas nuevas de los robot master. Antiguamente simplemente cambiaba de color. Ahora, Capcom se lo ha currado y cambia su casco y su cañón, a los que se les añaden elementos propios del enemigo al que vencimos. Además, tras vencer a dicho enemigo, tenemos como una pantalla de prueba donde podemos testear el nuevo arma antes de lanzarnos al siguiente nivel a ciegas.
Como de costumbre, podemos elegir entre cada uno de los 8 niveles regentados por los 8 robotmasters que nos esperan al final. Tengo que reconocer que el nivel de dificultad, en modo normal y superiores, es francamente jodido. Como nos gusta. Pero el nivel de iniciación es genial también y muy recomendable para quien no haya catado la saga nunca. O eso o se te pegas un tiro a las 2 horas de juego. Y es que los 8 niveles son durillos cuando no desesperantes pero sus diseños y los de los jefes finales molan mucho y son totalmente fieles a la saga. Mis favoritos, el nivel de BounceMan, en el que tienes que ir rebotando entre globos, o el de TundraMan, típico nivel de hielo resbaladizo.
Además, es genial volver a ver a Megaman sin su armadura en la secuencia de apertura en el laboratorio de Light, donde está barriendo como un simple chico de los recados. O volver a ver a Roll, a Beat, a Duo… o disponer de Rush, nuestro fiel perro robot al que podemos llamar en cualquier momento del juego para usarlo como trampolín y llegar a lugares de otro modo inaccesibles. Además, no haré spoilers, pero hay ciertos enemigos de antaño que se dejan caer por esta undécima edición de la saga.

En definitiva, Megaman 11es un juego muy recomendable tanto para los que se quieran acercar a las aventuras de este personaje como para los fans más exigentes del mismo.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Crítica - Animales fantásticos y donde encontrarlos: Los crímenes de Grindewald


Wingardium leviosa… es leviosa, no leviosaaaa… mira que os lo tengo dicho frikis.

Pues sí pequeños muggles, o nomajs, o seres sin habilidades mágicas en general, hemos regresado al universo Harry Potter. Y casi literalmente. Los Potterheads estamos de enhorabuena porque con los Crímenes de Grindewald regresamos a las paredes de esa maravillosa escuela que es Hogwarts. Y no sólo eso. Volvemos a encontrarnos con un personaje tan mítico de la saga como Albus Dumbledore, esta vez con otro atuendo y casi 70 años más joven, en la piel de un magnífico y siempre sexy Jude Law. Es que son las entradas más sexis del celuloide. 

Que sí, que también hay un breve vistazo a una joven Srta McGonnagal, pero destaco a Dumbledore porque todos ansiábamos volver a ver al personaje. Más aún cuando sabemos que cuanto acontece en esta película, sucede a finales de los años 20 y es previo al duelo legendario que mantendrían en la década de los 40, precisamente Dumbledore y Grindewald. Un duelo al que parece que nos iremos precipitando poco a poco a lo largo de esta nueva etapa de la saga. 

De hecho, ya en esta secuela, el señor David Yates, que ya dirigiese Harry Potter desde la orden del fénix y hasta la segunda parte de las reliquias de la muerte, vuelve a caer en su habitual espiral de oscuridad. 

¿Por qué digo esto? Pues porque cuando este hombre se puso tras las cámaras para dirigir el mundo mágico de JK Rowling me parece que este se tornó mucho más lento, gris y cruel. Algo que también tenía mucha lógica, pues tras las coloridas películas de Chris Columbus, que le iban como anillo al dedo a un Harry de 11 años, la mágica visión de Cuarón y su Prisionero de Azkaban y el aventurero estilo que Mike Newell le imprimió al Cáliz de fuego, el asunto se tornaba serio. Precisamente al final de esta cuarta entrega, Cedric Diggori moría y Voldemort regresaba a la vida. Las cosas se ponían chungas y con Yates llegó el principio del fin.

Cuando el mismo David Yates hace nada se puso manos a la obra con Animales Fantásticos, sin embargo, parecía otro. Era dinámico, colorista y atrevido. Pero nuevamente, parece que con estos Crímenes de Grindewald, la saga gira y se reorienta hacia un turbulento futuro. Yates se ha vuelto a poner serio y la Rowling mitológica y shakespeariana. Esto no es ni bueno ni malo, porque de hecho ocurren dos cosas.

1. Que el fan usual de la saga, al ver Animales Fantásticos, echó en falta el puntillo épico que habían tenido las últimas películas

2. Resulta que el Potterhead medio, también ha madurado con la saga y ha crecido con los personajes. Ya no es un crío y busca un tono mucho más serio. 

Y eso es lo que encontramos en esta secuela. Menos criaturas (aunque obviamente, no dejan de tener un peso importante cuando se trata de relatar las aventuras de Newt Scamander y de vender merchandising) y más acción, o mejor dicho, más crímenes. Bueno, más de todo, porque en las casi dos horas y media que dura la peli, nos han echado de todo a la cara: Nuevos personajes, mucho misterio, flashbacks a tope, criaturas guays, elfos domésticos… De todo y por un tubo. De principio a fin. 

Y es que si al final de la anterior cinta veíamos cómo el personaje encarnado por Colin Farrell resultaba ser en realidad el mismísimo Grindewald, aquí arrancamos, seis meses después, con la huída de este, ahora ya siendo él mismo y encarnado por el amado por unos y odiado por muchos, camaleónico Johnny Depp. Una huída repleta de adrenalina. El arranque de la peli es espectacular y nos situa en ese punto que comentaba antes del final de Harry Potter y el Cáliz de Fuego. El mal anda suelto y lo sabemos. 

Eso sí, el personaje de Gellert Grindewalt es un personaje mucho más carismático para mi gusto que Voldemort, si no tan bien recreado en el celuloide. Es un tipo gris. Del palo de Darth Vader o Thanos, de los que dices, qué malo, pero cómo mola y, en el fondo, lo mismo hasta tiene razón, sobra gente en el mundo. 

Y para más INRI, en esta película, tenemos un paralelismo a mi juicio genial con la saga mutante por antonomasia. Para que os hagáis una idea, si Dumbledore fuera Xavier, Grindewalt sería el perfecto Magneto. Dos hombres ya maduros que fueron amigos y compartieron creencias de juventud. Bueno, creencias y quizás algo más. 

Pero ahora, uno cree en la superioridad de su especie y está movilizando a los suyos para emprender una guerra que tiene como objetivo la supremacía mágica y la esclavitud humana. El otro, prefiere que muggles y magos convivan como hasta ahora. Y ambos han perjurado no enfrentarse entre si. Lo que no quiere decir que como buenos ajedrecistas no puedan ir moviendo ficha. 

Y ahí entran en juego el resto de personajes. En el lado de las piezas negras, el Credence de Ezra Miller, que busca sus orígenes, y una humanizada Nagini.

En el de las piezas blancas, a Eddie Redmayne, el magizoólogo Newt Scamander con su sempiterna timidez y actitud infantil, sus criaturas y su séquito, Tina, Jacob y Queenie, esta vez algo dispersos por París.

Y en tierra de nadie, Theseus Scamander, hermano mayor de Newt y Auror, y Leta Lestrange, la prometida de este.

Pero ya digo, aunque parezca que no tienen tanto tiempo de pantalla, son aplastantes las presencias de Dumbledore y Grindewald como los personajes que, el primero sutilmente como de costumbre y el último de modo sobrecogedor y aplastante, mueven los hilos de la historia.  

El mundo mágico comienza a dividirse. Es hora de elegir el bando y de elegir bien. Y es que esta peli es una secuela digna de ser el jamón York del sandwich que sería una trilogía, de las que van preparando el terreno para un desarrollo de tintes épicos, bélicos y apocalípticos. Solo que en lugar de tres, la idea es producir al menos 5 películas con lo cual, imaginad cuán apocalípticos pueden llegar a ser si ya aquí están apuntando maneras. 

Con respecto al apartado artístico y visual no hay mucho que decir. WB no repara en gastos e impresiona con un espléndido CGI perfectamente integrado con los personajes de Carne y Hueso y con un París mágico de los años 20, circense y jazzero que me ha dejado picueto.  

En definitiva, historia un tanto difusa, lenta y confusa por presentar infinidad de nuevos personajes, emplazamientos y conceptos. Eso sí, final de traca y resaca, mil cabos sueltos y nuevas incógnitas que resolver y una historia que empieza a antojarse más que interesante.


Se avecina tormenta. Esperemos que llegue pronto, sea de granizo y no se quede en chirimiri. 







jueves, 1 de noviembre de 2018

Crítica: Pose - Temporada 1

La categoría es… STRIKE THE POSE!

Toca la patata este show centrado en el desventurado colectivo LGTB de finales de los 80 en una nueva York que les daba la espalda y les castigaba con el silencio mientras ellos sufrían los estragos de ese fantasma que les perseguía en la sombra llamado SIDA.

Aún así, Pose no es un drama (o no es sólo un drama). Parte de ahí, sí, pero yo diría que es más bien un canto a la vida. Al positivismo, al renacimiento y al seguir adelante. A levantarse cada día para decir, este soy yo. Soy como me siento. La genética no me define. Mi sexo no va a decidir por mí.

Y es un canto a la vida relatado a través del musical y el melodrama. Pero esto no es el Glee de Brad Falchuk y Ryan Murphy. Aquí hay pena. Hay familia y no precisamente consanguínea, sino familia de verdad de las que se forman por supervivencia y amor. Hay desgracia, pero también el calor de la comunidad. La verdad es que da gustirrinin cuando te metes en la piel de estos personajes. Y vaya si te metes… que acabas llorando. Yo hace mucho que no me estremecía así.

Es majestuosa la visión que se da de la situación que muchas personas transgénero viven. Cómo sienten el rechazo y el miedo por la imagen distorsionada que la sociedad tiene de su verdadero yo. Y cómo cuando renacen y son consecuentes con su persona interior se enorgullecen también de ser quienes realmente son. Porque uno no es su órgano sexual.

Por cierto, como colofón, no olvidemos a Evan Peters, atrapado en su vida perfectamente imperfecta.