En un mundo en el que el debate sobre la carrera armamentística, los
drones y la mecanización de los ejércitos sigue latente, Robocop de Jose
Padilha surge como una visceral crítica al poder de las grandes
corporaciones y la política militar norteamericana. Tampoco es para
ponerse pejigueras, no es en absoluto un discurso en profundidad,
recordemos que hablamos de cine palomitero. Es más bien el camino que
este cyborg ha encontrado para llegar a los cines del siglo XXI. Y
señores, pese a todo, la cinta, que desde su concepción fue criticada de
suave, innecesario remake, etc… ha salido triunfante.
Es
cierto, puede que no hablemos de un film redondo y magnífico pero no
creo que esa fuese la intención de Padilha, que ha sabido reconvertir la
temática de Robocop, adaptarla al siglo XXI y hacerla disfrutable y
hasta molona en ocasiones. Te quedas incluso con ganas de más. Quizás
porque se queda algo floja en cuestión de acción, a la hora de poseer
una trama sólida que resolver, un reto para el héroe. El Robocop que
todos conocemos relataba una venganza. Aquí se cuenta, sobretodo, la
historia de un origen. El del hombre-máquina. El hombre de hojalata con
corazón. Y no se hace mal del todo. No si no nos ponemos a comparar con
cuanto Paul Verhoeven nos presentó allá por 1987. Criticar un remake es
siempre complicado pues las comparaciones son odiosas y las versiones
pocas veces superan al original. Es por eso que he tratado de alejarme
de tal ejercicio para plantear un análisis objetivo de la cinta en
cuestión.
Y si no miramos atrás y nos centramos en este Robocop,
el del póster con los cuatro rascacielos madrileños de fondo, la cosa
funciona. Hay poco del Alex Murphy que fue y mucho del que se ha
convertido en Robocop, lo cual es de agradecer. La mitad del film se
centra en el origen del héroe, en un origen traumático propio de un
villano, mutilado y reconvertido contra su voluntad en un ser parte
hombre, parte máquina, todo policía (con sutil toque frankenstainiano).
La relación entre el doctor Dennet Norton (Gary Oldman) y Murphy (Joel
Kinnaman) es más profunda que la de éste último con su mujer e hijo. El
matrimonio artificial sirve, sin embargo como punto de conexión del
policía cibernético con su lado más humano. En el otro extremo de la
ecuación está Raymond Sellars (Michael Keaton), CEO de Omnicorp, dueño
de medio mundo gracias a la introducción en los ejércitos de sus robots
militares. Sellars está a punto de culminar su plan maestro, lanzar su
producto en el único mercado que lo ha rechazado, precisamente el
norteamericano, pues una ley impide a Omnicorp liberar sus máquinas en
suelo estadounidense. Pero, y si en lugar de robots hablamos de un
cyborg? Y si hablásemos de salvarle la vida a un hombre? Tal es el plan
de Sellars y de manera limpia y eficiente es llevado a cabo sobre el
agente Murphy, herido de muerte tras un atentado terrorista.
El
hilo narrativo funciona, con escenas cortas al principio que no ayudan a
alcanzar tal vez la profundidad que la historia requeriría y que el
espectador necesita para empatizar con los sentimientos de Murphy con
respecto a su familia, pero que llevan allá donde la película realmente
tiene que comenzar, a la muerte del policía y el nacimiento de la
máquina. Dinámicas escenas de acción aquí y allá decoran el resultado
final y las pequeñas tramas que estructuran la historia. Los extractos
televisivos protagonizados por un sarcástico Samuel L.Jackson permiten
desde el principio y hasta el final, introducirnos en el mundo del 2028,
su cultura y su política. Y entonces, dónde está la chicha en este
Robocop? Dónde, si no es en la venganza de Alex Murphy? Dónde si no es
en su familia y su relación con su compañero? (Cómo se echa de menos a
la oficial Lewis) Dónde, si los ED-209, aquellos tanques bípedos
erráticos de la original, funcionan perfectamente aquí? Pues la chicha
está en los giros que da Murphy, en su evolución e involución como ser
humano y policía. En el modo en que se relaciona con el otro humano con
corazón de la historia, el doctor Norton, en cómo enfrenta a sus propios
sentimientos y en cómo éstos influyen en su entorno. Se hace esto mejor
que en el original de Verhoeven? De nuevo, no comparemos. Se hace y se
hace bien, punto.
El apartado gráfico es también destacable. Ya
le pasó a Terminator. Desaparecieron el metal, el sudor, la sangre…
llegó el CGI, siempre impecable, siempre impoluto. No encaja mal en el
cine contemporáneo, pero hay una cierta nostalgia por el óxido y la
carne desgarrada.
En definitiva, Padilha parece no tomarse en
serio lo que tiene entre manos, pero eso no tiene que ser malo. Allí
donde la cinta original exudaba dureza y dolor, Padilha ha optado por
alejarse del antihéroe y seguir la estela de producciones más en la
línea superheróica. Los homenajes están por doquier, en el guión (vivo o
muerto vendrás conmigo) y audiovisualmente e incluso la banda sonora
roquera muestra ese lado irreverente y el tono que Padilha ha querido
marcar. Robocop es una excusa, una excusa para realizar una crítica a
los tiempos que nos rodean. Robocop es un dron, un videojuego. Se ha
suavizado todo lo que la cinta del 87 representaba: Los tiros, la
sangre, la calle, el aceite y el sudor. Todo es limpio ahora, con una
estética más cercana al Call of Duty que a la Jungla de Cristal. Robocop
es ágil y aerodinámico. Entretenida y fresca para las nuevas
generaciones, sí, pero advertidos quedan los amantes del original, no se
siente el metal del mismo modo.
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