No pasa frecuentemente. No todos los días se sale de la sala de cine
con buen sabor de boca, con una sonrisa macabra en los labios y ganas de
más. Bueno, no sé si Kingsman: Servicio Secreto podría
haber dado más aún, porque la verdad es que la película acelera en sus
129 minutos en un perfecto crescendo hasta un final apoteósico.
Pirotecnia de la buena, sí señor.
Kingsman es la carta de amor que Matthew Vaughn, director de Kickass o X-Men: Primera Generación,
le escribe al género de las películas de espías. Es un homenaje en toda
regla pero, al mismo tiempo, es una burla, una exageración y un revival
de esos que, con maestría, te recuerdan por qué de pequeño querías ser
como 007.
Si lo analizamos, hoy en día, las cintas de espías siguen de moda: la saga de Bourne, MI5, Spectre...
pero sin duda, ya no son lo que eran. Sin ir más lejos, el Bond
post-Brosnan es un tipo duro que, bajo los músculos de Daniel Craig, ha
olvidado el humor, el glamour, el flirteo creativo y los gadgets
inverosímiles. No digo que para mal, pues el Bond de Craig tras la
batuta de Mendes ha revitalizado la saga y la ha dotado, sin duda, de
una seriedad y oscuridad más propia de Jack Ryan, acorde con los
tiempos, que no desencajan con el fondo del personaje y que ni Ian
Fleming hubiese imaginado en sus más húmedos sueños.
Pero… porque
siempre hay un pero… se echa en falta ese dinamismo y esa frescura de la
que gozaban las pelis de Connery o Moore. De eso se percata Vaughn sin
duda, que coge un poquito de Juego de Patriotas, le echa unas pizcas de Nikita y lo mezcla con RED.
Mezclado, no agitado, ya saben. Todo ello lo adereza con un toque
post-moderno, con un ritmo desenfrenado, un frikismo fuera de lo
habitual en estas producciones y lo sirve del modo más irreverente
posible como película mainstream.
Olé ahí Vaughn, que le den a lo
políticamente correcto. Kingsman es a los espías lo que Kickass a los
superhéroes… pero mejor, mucho mejor.
Kingsman: Servicio Secreto
nos relata, a traves de tres actos ciertamente diferenciados, la
evolución de un joven barriobajero londinense, Eggsy Unwin(Taron Egerton)
que acaba por convertirse, cosas del destino, en un súper espía. Uno de
esos clásicos, de agencia supersecreta, de traje, corbata y paraguas
londinense. A su lado, su mentor, Harry Hart (Colin Firth),
un veterano agente en busca de redención y con una misión clara,
descubrir por qué desaparecen celebridades por todo el globo y
desenmascarar al millonario y filántropo Valentine (Samuel L. Jackson) y sus planes de purificación y dominación mundial.
Dicho así, puede sonar a sinopsis típica y tópica, pero con la sustancia del comic de Mark Millar
como base (coescrito por Vaughn, estos dos se adoran) y la mala baba
que ya se gastaba Vaughn en Kickass, Kingsman: Servicio Secreto, pasa,
poco a poco, de ser un film de espías cotidiano, a reinventarse con las
aventuras de un joven en formación (casi al más puro estilo Men in Black
se cruza con La Chaqueta Metálica pero "vaughanizado") para acabar por
convertirse en un espectáculo de luz y color (destaca el rojo,
sobretodo).
Una ágil y divertida historia repleta de carcajada
ácida, acción y violencia explícita (no volveré a ver una boda con los
mismos ojos), irreverente hasta decir basta y con constantes homenajes
al género.
Si queréis veracidad olvidáos de ver Kingsman. Aquí lo
que hay es "molancia" y bestialidad: Paraguas antibalas, zapatos con
navajas ocultas… gadgets a saco. Gazelle (bella y letal, Sofia Boutella), una lacaya con cuchillas como piernas que haría palidecer al propio Mandíbulas (Richard Kiel
que en gloria esté). Conversaciones encubiertas llenas de indirectas,
de esas que ponen al héroe cara a cara con su archienemigo. ¡Cómo se
lanzan cuchillos con la mirada mientras sonríen y disfrutan de un buen
Martini!
Y cómo no, si hay algo que hace que la peli brille más allá de todos esos guiños, es su reparto. Un Colin Firth al que vemos partir caras y reventar cabezas con una naturalidad que asusta (después hay que verse Bridget Jones y El discurso del rey dos veces seguidas para que parezca un buen chico de nuevo), un Taron Egerton
con el que disfrutas y por el que sufres, un chaval que ha resultado
ser un descubrimiento de esos que deja a la Moretz en bragas. Michael Caine aporta distinción y Samuel L. Jackson…
qué vamos a decir a estas alturas de un hombre que puede pasar de ser
Nick Furia a ser un villano surrealista, con trastornos del habla, un
concepto ridículo de la moda y un pánico absoluto a la sangre.
Brillante. Mark Strong, fetiche de Vaughn (era Frank
D'amico en Kickass) también aparece en la cinta, haciendo un "de oca a
oca". Tras interpretar a un agente del MI6 en The Imitation Game, en Kingsman destaca en su papel de Merlin.
Pero
lo mejor es que, tras tanta pirotecnia, tras malos malísimos de esos
que vuelan el planeta con solo apretar un botón o superagentes capaces
de las más increíbles heroicidades, hay una cierta introspección. Un
mensaje atrevido y un comentario crítico sobre el mundo que nos rodea.
La estupidez de las nuevas tecnologías, el deterioro de nuestro planeta…
Kingsman es una cinta inteligente y "con un par" que llega en un
momento en que el género sigue vivo, no para rendirle culto (que
también) sino para reírse de él con valentía y atrevimiento, pero
sobretodo, con brillantez.
Como decía al principio, no todos los días se sale de la sala de cine con buen sabor de boca. O al menos con un sabor diferente.
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