domingo, 18 de noviembre de 2018

Crítica - Animales fantásticos y donde encontrarlos: Los crímenes de Grindewald


Wingardium leviosa… es leviosa, no leviosaaaa… mira que os lo tengo dicho frikis.

Pues sí pequeños muggles, o nomajs, o seres sin habilidades mágicas en general, hemos regresado al universo Harry Potter. Y casi literalmente. Los Potterheads estamos de enhorabuena porque con los Crímenes de Grindewald regresamos a las paredes de esa maravillosa escuela que es Hogwarts. Y no sólo eso. Volvemos a encontrarnos con un personaje tan mítico de la saga como Albus Dumbledore, esta vez con otro atuendo y casi 70 años más joven, en la piel de un magnífico y siempre sexy Jude Law. Es que son las entradas más sexis del celuloide. 

Que sí, que también hay un breve vistazo a una joven Srta McGonnagal, pero destaco a Dumbledore porque todos ansiábamos volver a ver al personaje. Más aún cuando sabemos que cuanto acontece en esta película, sucede a finales de los años 20 y es previo al duelo legendario que mantendrían en la década de los 40, precisamente Dumbledore y Grindewald. Un duelo al que parece que nos iremos precipitando poco a poco a lo largo de esta nueva etapa de la saga. 

De hecho, ya en esta secuela, el señor David Yates, que ya dirigiese Harry Potter desde la orden del fénix y hasta la segunda parte de las reliquias de la muerte, vuelve a caer en su habitual espiral de oscuridad. 

¿Por qué digo esto? Pues porque cuando este hombre se puso tras las cámaras para dirigir el mundo mágico de JK Rowling me parece que este se tornó mucho más lento, gris y cruel. Algo que también tenía mucha lógica, pues tras las coloridas películas de Chris Columbus, que le iban como anillo al dedo a un Harry de 11 años, la mágica visión de Cuarón y su Prisionero de Azkaban y el aventurero estilo que Mike Newell le imprimió al Cáliz de fuego, el asunto se tornaba serio. Precisamente al final de esta cuarta entrega, Cedric Diggori moría y Voldemort regresaba a la vida. Las cosas se ponían chungas y con Yates llegó el principio del fin.

Cuando el mismo David Yates hace nada se puso manos a la obra con Animales Fantásticos, sin embargo, parecía otro. Era dinámico, colorista y atrevido. Pero nuevamente, parece que con estos Crímenes de Grindewald, la saga gira y se reorienta hacia un turbulento futuro. Yates se ha vuelto a poner serio y la Rowling mitológica y shakespeariana. Esto no es ni bueno ni malo, porque de hecho ocurren dos cosas.

1. Que el fan usual de la saga, al ver Animales Fantásticos, echó en falta el puntillo épico que habían tenido las últimas películas

2. Resulta que el Potterhead medio, también ha madurado con la saga y ha crecido con los personajes. Ya no es un crío y busca un tono mucho más serio. 

Y eso es lo que encontramos en esta secuela. Menos criaturas (aunque obviamente, no dejan de tener un peso importante cuando se trata de relatar las aventuras de Newt Scamander y de vender merchandising) y más acción, o mejor dicho, más crímenes. Bueno, más de todo, porque en las casi dos horas y media que dura la peli, nos han echado de todo a la cara: Nuevos personajes, mucho misterio, flashbacks a tope, criaturas guays, elfos domésticos… De todo y por un tubo. De principio a fin. 

Y es que si al final de la anterior cinta veíamos cómo el personaje encarnado por Colin Farrell resultaba ser en realidad el mismísimo Grindewald, aquí arrancamos, seis meses después, con la huída de este, ahora ya siendo él mismo y encarnado por el amado por unos y odiado por muchos, camaleónico Johnny Depp. Una huída repleta de adrenalina. El arranque de la peli es espectacular y nos situa en ese punto que comentaba antes del final de Harry Potter y el Cáliz de Fuego. El mal anda suelto y lo sabemos. 

Eso sí, el personaje de Gellert Grindewalt es un personaje mucho más carismático para mi gusto que Voldemort, si no tan bien recreado en el celuloide. Es un tipo gris. Del palo de Darth Vader o Thanos, de los que dices, qué malo, pero cómo mola y, en el fondo, lo mismo hasta tiene razón, sobra gente en el mundo. 

Y para más INRI, en esta película, tenemos un paralelismo a mi juicio genial con la saga mutante por antonomasia. Para que os hagáis una idea, si Dumbledore fuera Xavier, Grindewalt sería el perfecto Magneto. Dos hombres ya maduros que fueron amigos y compartieron creencias de juventud. Bueno, creencias y quizás algo más. 

Pero ahora, uno cree en la superioridad de su especie y está movilizando a los suyos para emprender una guerra que tiene como objetivo la supremacía mágica y la esclavitud humana. El otro, prefiere que muggles y magos convivan como hasta ahora. Y ambos han perjurado no enfrentarse entre si. Lo que no quiere decir que como buenos ajedrecistas no puedan ir moviendo ficha. 

Y ahí entran en juego el resto de personajes. En el lado de las piezas negras, el Credence de Ezra Miller, que busca sus orígenes, y una humanizada Nagini.

En el de las piezas blancas, a Eddie Redmayne, el magizoólogo Newt Scamander con su sempiterna timidez y actitud infantil, sus criaturas y su séquito, Tina, Jacob y Queenie, esta vez algo dispersos por París.

Y en tierra de nadie, Theseus Scamander, hermano mayor de Newt y Auror, y Leta Lestrange, la prometida de este.

Pero ya digo, aunque parezca que no tienen tanto tiempo de pantalla, son aplastantes las presencias de Dumbledore y Grindewald como los personajes que, el primero sutilmente como de costumbre y el último de modo sobrecogedor y aplastante, mueven los hilos de la historia.  

El mundo mágico comienza a dividirse. Es hora de elegir el bando y de elegir bien. Y es que esta peli es una secuela digna de ser el jamón York del sandwich que sería una trilogía, de las que van preparando el terreno para un desarrollo de tintes épicos, bélicos y apocalípticos. Solo que en lugar de tres, la idea es producir al menos 5 películas con lo cual, imaginad cuán apocalípticos pueden llegar a ser si ya aquí están apuntando maneras. 

Con respecto al apartado artístico y visual no hay mucho que decir. WB no repara en gastos e impresiona con un espléndido CGI perfectamente integrado con los personajes de Carne y Hueso y con un París mágico de los años 20, circense y jazzero que me ha dejado picueto.  

En definitiva, historia un tanto difusa, lenta y confusa por presentar infinidad de nuevos personajes, emplazamientos y conceptos. Eso sí, final de traca y resaca, mil cabos sueltos y nuevas incógnitas que resolver y una historia que empieza a antojarse más que interesante.


Se avecina tormenta. Esperemos que llegue pronto, sea de granizo y no se quede en chirimiri. 







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