jueves, 20 de diciembre de 2012

LOS JUEGOS DEL HAMBRE: Análisis


Es doloroso cuando la conclusión tras ver una película basada en un libro es que ésta ha hecho mejor a la obra escrita. Una sensación que me viene recorriendo el espinazo de un tiempo a esta parte con recientes adaptaciones. ¿Ocurre así con Los Juegos del Hambre (The Hunger Games, 2012)? Busquemos una conclusión mediante un breve análisis del film.

Siempre es difícil tratar de ser objetivo a la hora de estudiar un producto “derivado” como es el caso de la conversión de una novela al celuloide. Más aún cuando se trata de la primera pieza de una exitosa serie juvenil. Este es el caso de “Los Juegos del Hambre” de Suzanne Collins, la saga considerada por muchos como el “repuesto” de Crepúsculo, tanto sobre el papel como en las salas de cine. Encuadrada en Panem, un distópico país cuyos doce distritos son dirigidos por un céntrico Capitolio, Los Juegos del Hambre nos relata la historia de Katniss Everdeen, la cual sustituye a su hermana como tributo para los septuagésimo cuartos juegos, una competición televisada en la que 24 jóvenes, un chico y una chica de cada distrito, lucharán a muerte hasta que sólo quede un vencedor. 



Veamos pues cómo se ha afrontado la transición del negro sobre blanco a la gran pantalla. Al hablar de Los Juegos del Hambre hemos de percatarnos de que nos encontramos ante una saga cerrada, una trilogía con principio y final, factor éste que puede resultar beneficioso a la hora de trasladar la acción al medio audiovisual. El equipo de guionistas (Gary Ross, Billy Ray y la propia Collins) adquiere una mayor capacidad de reconocer qué tramas pueden ser eliminadas de la historia, qué puntos se pueden reforzar o qué nuevos elementos pueden introducirse para enriquecer el mensaje audiovisual de cara al espectador.

Desde el punto de vista cinematográfico, puede resultar realmente complejo transmitir la cantidad de información que contiene la novela. Ésta es narrada por Katniss en primera persona y tiempo presente. Esto le aporta a la obra un ritmo vívido y muy dinámico difícilmente trasladable al cine, donde no podemos percibir los pensamientos de la muchacha de un modo instantáneo. Así, Gary Ross juega con múltiples silencios en los momentos en que los personajes principales cavilan sobre su situación en los juegos. Esto implica una serie de carencias informativas que la cinta suple con obviedades y secuencias previsibles. Sin embargo, y al mismo tiempo, han sido muy hábiles a la hora de introducir esa información que sólo los planteamientos de Katniss podían aportarnos. ¿Cómo? Recursos tales como darle un mayor protagonismo a los guardianes, organizadores de la competición, introducir al presidente Snow y sus importantes conversaciones con Seneca Crane, máximo organizador de estos juegos, así como el hecho de reinventar escenas con los presentadores del evento, que retransmiten la acción y aportan datos extra, son de agradecer para un espectador que no esté familiarizado con la saga.

Gary Ross logra encontrar así un equilibrio agradable entre la fidelidad que la película requiere con respecto a la novela y su propio producto. Muestra momentos y lugares de Panem que los lectores intuían pero no habían percibido de forma concreta, reorganiza las tramas literarias de modo práctico y coherente, o nos acerca y adelanta los sentimientos de personajes importantes en futuras secuelas, como Gale. Pero (y por aquí vienen la mayoría de las críticas) era precisamente el ritmo de la novela, el modo visceral y directo en que la propia Katniss Everdeen nos relataba sus vivencias y la subjetividad de la acción, lo que convirtió la obra de Suzanne Collins en un producto con un estilo único. Un estilo que, inevitablemente se pierde entre fotogramas. 

De este modo, las escenas entre Katniss y su compañero Peeta son fieles a más no poder y transcurren a un ritmo pausado que te permite saborear el momento de la misma manera en que podría hacerse con los capítulos a los que hacen referencia. Sin embargo, tal ralentización de la narración, sumada a la eliminación de ciertas subtramas y la introducción de otras nuevas, hace que los momentos de acción pierdan la importancia que merecen. Si bien es cierto que Los Juegos del Hambre nos relata una historia humana, basada en las relaciones personales y la crítica social, también es verdad, que el impacto se ve reforzado en la novela por los momentos de acción. No así en la película, en la cual llegan de forma un tanto forzada, sin avisar y en ocasiones sin sentido o coherencia temporal. La escena de la plaza, en que Katniss se ofrece como tributo voluntario pierde toda su fuerza dramática. Su relación con Rue o los instantes de peligro en que es puesta contra la espada y la pared tanto por los vigilantes como por el resto de rivales quedan también reducidos a agua de borrajas. 

La cámara marea en ocasiones (los movimientos forzados en las escenas de acción recuerdan al inquieto estilo de Michael Bay en su saga de Transformers) mientras que en otras es totalmente estática, no llegando nunca a encontrar un equilibrio o una justificación final. El diseño de producción, por el contrario, sí resulta acertado salvando ciertas exageraciones. He de reconocer que muchas de las escenas mostradas se acercan peligrosamente al modo en que las imaginaba mientras leía la novela (pelucones a parte).

Recapitulando: No decimos con esto que se trate de una película floja en su estructura o contenido, pero sí es cierto que deja unos espacios en blanco importantes para aquellos que no se hayan leído el libro.

Otra dificultad a la que se enfrenta Gary Ross es al PG-13. Hablamos de un film juvenil, de una película que casi no puede mostrar esa brutalidad de la que hace gala la narración de Collins a lo largo de la novela. A fin de cuentas, contamos con 24 jóvenes que han de sobrevivir matándose los unos a los otros. Mostrar esto siendo consecuentes con la calificación que se le ha dado a la película es realmente complicado. Ser explícitos se torna un imposible, esto no es Battle Royale. Aún así, Ross cumple estilísticamente y sabe qué puede mostrar y qué ha dejar a nuestra imaginación. 

Otro punto a su favor: A diferencia de muchas películas que implican historias adolescentes, Los Juegos del Hambre posee una banda sonora funcional y expresiva, exenta de música pop, rock o hip hop interpretada por grupos de moda. El autor de la pieza es T-Bone Burnett, creador también de las bandas sonoras de cintas como O Brother.

En cuanto al casting, Jennifer Lawrence cumple en el papel de Katniss Everdeen, pero no aporta nada nuevo al personaje. Demasiado sobrevalorada tal vez. No es la Katniss guerrera de la novela. La Katniss de costillas marcadas que se bate en duelo consigo misma por descifrar cómo salir de los juegos con vida y cómo resolver si su relación con Peeta Mellark (un curioso Josh Hutcherson) es real o sólo una falacia construida como recurso para vencer y sobrevivir al hambre. Esa inseguridad, esa ambivalencia que tanto juego da en la novela, pasa totalmente desapercibida en el celuloide. Por cierto, hablando del hambre, tampoco parece que los protagonistas sufran demasiado o se muestren excesivamente sedientos o hambrientos a lo largo del film. 
Cabe destacar al siempre simpático Stanley Tucci en el papel del presentador Caesar Flickerman. Donald Sutherland es el presidente Snow y Woody Harrelson encaja a medias en el papel del mentor Haymitch Abernathy.

Con todo y con ello, Los Juegos del Hambre va más allá de esas películas que “se dejan ver”. Ya decimos que ha sabido construirse a si misma como un producto disfrutable y  con personalidad propia. Que en el proceso haya eliminado mucho del subtexto que enriquece la novela ya es otro cantar. 

Han estado cerca: la película funciona, aunque alberga demasiados peros. 

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