jueves, 11 de octubre de 2018

Crítica: First Man


Atención Houston, aquí base lunar Hello Friki2… esto… tengo un problema. En el espacio nadie puede escuchar mis gritos. Así que no sé si este mensaje llegará hasta el cuartel general. Espero que el comandante Giacco pueda recibirlo y descodificarlo…


Saludos frikis… hablemos de First Man, la nueva película de Damien Chazelle, director de Whiplash y Lalaland, joven genio del cine que se planteó el reto de llevar la vida de Neill Armstrong a la gran pantalla. 

Hablamos del biopic del primer hombre que pisó la luna.

Y en términos generales puedo decir que First Man es… Larga. Lenta. Oscura. Sucia. 

Pero no os vengáis abajo. La película también es reflexiva, íntima y profunda. Damien Chazelle dice estar encantando de haber hecho algo que se encuentra en el polo opuesto de Lalaland.

Adaptada del libro de James R Hansen por el guionista Josh Singer, la cinta de casi dos horas y media, es una verdadera travesía entre el espacio exterior y el interior de Neill Armstrong. 

Karen, la hija del astronauta, se nos presenta desde el minuto uno como el Mcguffin que mueve la trama interior de su padre. Neill está tocado por el fallecimiento en dramáticas circunstancias de su pequeña. Un sentimiento que grita desde su pecho y del que no consigue escapar. Al menos mientras está en la Tierra. Gosling inexpresivo se complementa perfectamente con Claire Foy, que interpreta a su mujer, Janet y que funciona maravillosamente como el auténtico gancho emocional de la historia.

Desde luego, el titulo es acertado. Aquí no hablamos del viaje a la luna. Hablamos de quien lo realizó. Hablamos del hombre, Neil Armstrong, a quien pintan como un buen ingeniero pero un mal piloto con tendencias suicidas y un peligro para si mismo. Un tipo que parece querer escapar de su triste realidad y que sólo encuentra descanso en el silencio de las estrellas. 

De repente, Neill tiene la posibilidad de entrar a formar parte del equipo de ingenieros que trabajan en el viaje a la luna y esto supone un perfecto y necesitado nuevo comienzo para él y su mujer.

Así arranca esta historia que nos transporta a los EEUU de los 60. Esos 60 de urbanizaciones y bungalows. De vecinas que te dan la bienvenida al barrio con magdalenas y barbacoas en el jardín. 

Sin embargo, aunque se aprecia mucho del American way of life de la época, curiosamente, la película (algo que personalmente me ha gustado bastante) tiende a ser neutra, agnóstica, si no casi antipatriota, salvando momentos insoslayables. Una escena en la casa blanca, pero que podría haber sido en cualquier otro salón de invitados. Una rueda de prensa. Ídem. Y el momento cumbre, ese momento por el que Michael Bay lloraría, el de plantar la bandera de barras y estrellas en la superficie de Selene. Ese momento, filtrado por la dirección de Chazelle, queda relegado a un plano general, en el que el mástil queda a decenas de metros de la cámara y apenas se ve.

Tampoco se recrea demasiado con momentos de sobra conocidos o de corte histórico, como determinadas líneas de diálogo registradas entre Armstrong y Buzz Aldrin (muy bien interpretado por cierto, como no podía ser menos por Corey Stoll. Qué me gusta este hombre).

También pasa sin pena ni gloria LA frase por todos recordada que espetó Armstrong al pisar la superficie lunar por vez primera. Y ya digo, es de agradecer. Porque al final, Chazelle da una visión muy real de la carrera espacial. De la vida de los ingenieros. De cómo equilibraban trabajo y familia. De los riesgos y las pérdidas. Y plasma el primer alunizaje tal como fue, como una operación experimental, metódica, arriesgada y sin fanfarria, al margen de la campaña que la prensa y el gobierno norteamericano pudiesen hundir en pos de enfrentar la amenaza de sus rivales directos. Los soviéticos que, seamos sinceros, les ganaban por la mano. 

No quiere esto decir que todos estos momentos no queden reflejados en First Man. Ahí están. Las noticias. La prensa. El viaje… pero lo que de verdad le importa a Chazelle es la persona. El tumulto de sensaciones y las complejas decisiones de Neill Armstrong, un hombre que tenía una vida y que no buscaba formar parte de la historia.

Pero no me malinterpretéis. También importa y forma parte del mensaje, lo crudo de la carrera espacial. La propia Janet Armstrong describe a los ingenieros de la NASA como niños a los que le gusta hacer maquetitas. Las naves se muestran claramente como vehículos experimentales, sucios, incómodos, claustrofóbicos donde los astronautas son poco menos que sardinas en latas de conserva. Esa gente sabía lo que se hacía, pero no sabía como hacerlo. Sin duda, estaban abriendo nuevas puertas, jugándose la vida e inventando soluciones por el camino ante cada adversidad. Tanto es así que hay un momento en el que una navaja suiza salva el día y el despegue de un módulo puede realizarse. #improvisando

Hablemos precisamente de eso. De los vuelos. Desde el minuto uno, en el que se nos presenta a Neill como un piloto de vuelos de prueba, subiendo a la estratosfera con su avión, vemos como Chazelle quiere que conectemos con la experiencia. Es algo similar a lo que Cuarón hiciese con Gravity hace unos años. Pero claro, en los 60 todo era más sucio, más crudo, más peligroso. Y así quiere que lo sintamos en carne propia. Como algo mareante. No nos muestra el exterior de los vehículos, sino el interior; esos controles que tenemos a 10 centímetros de nuestra cara o esos remaches que van a saltar a nuestro lado. Casi sientes la presión de las atmósferas. A veces parece un auténtico parque temático. Pero uno de los buenos, donde te puede llegar a afectar la claustrofobia y donde las tripas se te revuelven cuando la nave pierde estabilidad y estás a punto de volver a ver los nachos con queso que te has zampado. Y eso también hace de esta una cinta única con un lenguaje propio y muy distinto a lo que estamos acostumbrados cuando de viajes espaciales se trata. 

Destaca la fotografía de Linus Sandgren, pero no sé si para bien o para mal. Porque sumergirnos en tanta suciedad y oscuridad sumado a las facciones casi inexpresivas de Gosling es a veces demasiado para el body. Desde luego el tono de la película no es como para verla en un mal día.

Por otro lado, hay que reconocerle el mérito a este director de foto, pues mola muchísimo que en las escenas hogareñas, Sandgren y Chazelle ruedan con cámaras de 16mm mientras que en la NASA, todo se rueda en 35mm y la imagen de algún modo cambia. Todo es más amplio, más luminoso, más metálico e impresionante. Al llegar a la luna, incluso rizan el rizo, mostrándonos unos impresionantes paisajes lunares en un amplísimo cuadro de cámaras IMAX de 65mm.

No es lo mejor de Chazelle. De hecho no esperéis ver al director de Whiplash o Lalaland. Es, simplemente diferente. Una película distinta que ha de jugar su mejor baza para no dejar de ser un biopic. 

Eso sí, sus metrajes siguen transpirando notas musicales. No lo puede evitar. Y de algún modo, el director juega con ese espacio en absoluto silencio con secuencias totalmente mudas y las combina con otras donde recuerda y casi homenajea los viajes espaciales de 2001, donde las naves surcan y casi bailan por el espacio exterior al ritmo de la genial banda sonora del ya acólito de Chazelle, Justin Hurwitz y que recupera el celemín como instrumento clásico relacionado con el espacio exterior.

First Man, esa travesía entre la cocina de casa y la luna sin duda te hace plantearte lo lejos que está nuestro satélite. Lo complejo y lo duro de un viaje así. Si es cierto que fuimos allí algún día o si todo cuanto tenemos grabado en nuestras retinas en obra de Kubrik. 

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